jueves, 11 de noviembre de 2010

Revertir a Le Carré sin morir en el intento —ejercicio inconcluso—

—¡El gato se sentó en su cojín! —exclamó Martha sorprendida, dirigiéndose a su esposo, sumergido en su lectura dominical.
—Hacía tiempo que no se sentaba en su cojín —continuó la mujer intentando captar la atención de su esposo, que no parecía oír lo que ella le refería...
Hacía días que el felino venía dando muestras de una inquietud más notable de lo habitual; maullaba de pronto y comenzaba a dar vueltas alrededor de las sillas y se negaba a tomar alimento.
El cojín que mencionaba Martha estaba situado en una esquina de la sala de estar, justo entre el librero y la mesita ovalada en donde, milimétricamente ordenados, la mujer exhibía su colección de recuerditos de primeras comuniones, bautizos y demás ceremonias religiosas con las cuales solía llenar sus fines de semanas, en los cuales estaba sola, pues al regresar a su casa no había nadie a quien contar los detalles de tales eventos.
Ese fin de semana, sin embargo, Humberto, su esposo, no había salido bien temprano y sin desayunar como era su hábito , sino que leía el periódico en el sofá y miraba su reloj de tanto en tanto, reparando poco en la inquietud que ella mostraba ante la mascota que volvía a su lugar de descanso favorito...

Georgina Uzcátegui

1 comentario:

  1. Creo que la pregunta que podría abrir un debate sería: ¿tiene razón o no Le Carré?

    ResponderEliminar