martes, 9 de noviembre de 2010

Infierno —ejercicio narrativo con voz femenina— (fragmento)

[…] Luego vendría este día. Un día idéntico a los demás. Un día con una mínima variante. Un día de semana en la casa. Un día que amanecí con un leve dolor de cabeza y un desánimo que me inmovilizó. Un día donde despedí a todos. Un día una mañana en que me tocó escuchar el motor del carro. El sonido de los cauchos en la rampa de bajada del estacionamiento. Todos se habían marchado y ahora me quedaba sola. Sola en mi cocina. Sola con un vaso de agua al frente. Un vaso de agua sobre la mesa de la cocina. Un vaso de agua que no me atrevía a probar a pesar de que me había sentado para tomarme un vaso de agua. Pero entonces no esperaba que esto me ocurriera. Me había olvidado por completo de él. Y me quedé sola en silencio. Un silencio parecido o igual al que no acudí a tiempo en aquella fiesta. Un silencio que ahora interpretaba como un vacío. Un vacío que despertaba mientras estaba inmóvil, frente al agua ya inmóvil. Un silencio que me dejaba escucharme. Un silencio donde aparecía de nuevo mi voz. Mi voz. Había olvidado mi voz. Y el silencio me la devolvía. Y el vaso de agua. Y la quietud. El infierno. Tenía miedo de esta certeza. Hacía tiempo se me había cruzado la idea por la cabeza. El infierno. Ese infierno tan temido. Ese infierno tan evadido. Ese infierno tan despreciado. Ese infierno que ahora comprendía en su exacta medida, porque era, en ese momento, en ese justo momento, mi vida. Mi vida vista en retrospectiva. La cobardía de mi inmovilidad o la resignación de mi inercia. Mi vida. Mi vida era, por ese exacto segundo, por ese segundo perpetuado en una especie de eternidad que rajaba la línea del tiempo, ese segundo que instalaba en mi vida la certidumbre del sitio que yo ocupaba en todo esto. Ese segundo de lucidez. Ese segundo de resplandor. Un resplandor que me encegueció por un instante y en esa ceguera, en ese segundo de ceguera, pude ver y entender todo. Desde el dolor. Entendí todo desde el dolor. El dolor en los ojos. Un dolor que se extendía a todo el cuerpo e incluso a esas partes de mí que no eran corpóreas. Esas zonas que me pasé media vida ignorando o negando o evadiendo o evitando. A veces tienen que sacarnos los ojos para que podamos ver. Así es la vida. Así sentí que era la vida por un segundo. La vida era algo muy duro. La vida es algo que nos ocurre mientras estamos ocupados en otras cosas. Y tuve, luego, un segundo luego, quizá menos, el exalto de querer llorar. Pero no lo hice. El mundo se me desmoronaba pero sin embargo tuve la entereza de no llorar. Y luego lo pensé. Pensé: tuve la entereza de no llorar. Y luego pensé otra vez: tuve la ingenuidad de creer que tuve la entereza de no llorar. Y entendí, súbitamente, que no desperté del todo. Que no llorar fue no despertar. Que tuve una pesadilla que pasó antes de que pudiera despertar. Que otra vez, esta vez, dejé ir el momento de despertar. Y me di cuenta de que seguía sentada frente al vaso de agua que no había bebido. Y pensé que era absurdo estar así. Y pensé que no tenía sentido estar sentada frente a la mesa con un vaso de agua que no bebía. Y cogí el vaso y me bebí el agua. Y me puse a pensar qué más debía hacer ahora. Me puse a pensar que debía encender la radio. La radio en una emisora informativa. Y que debía abrir las ventanas, porque el día apenas comenzaba y yo estaba sola en casa y podía aprovechar el día para la casa. […]


Fabián Coelho
2009

3 comentarios:

  1. "eso es pasar por la vida sin saber que pasamos", interesante experimento,núcleo de algo más extenso y sustancioso, saludos

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  2. ¡Hey!
    Georgia.
    Gracias.
    Siempre consecuente.
    Te invito a participar.

    Un abrazo

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  3. ...con los ojos suspendidos en una blancura extrema, fijos en un vacío inconmensurable...
    Mueriendo sin saber que vivimos.

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